Todos reconocemos que el descanso y la recreación son dimensiones que forman parte de nuestras vidas. No siempre las atendemos aunque cada vez más se les reconoce su importancia. La recreación nos brinda espacios de vivencias y convivencias con fuertes significados que nos ayudan desde lo físico, mental, espiritual y emocional.
La mayoría de los países del mundo celebran el “Día del estudiante”. En nuestro país es el 21 de septiembre en forma coincidente con el día de la primavera. Aunque los motivos de la elección de la fecha no están relacionados entre sí. Aquí se conmemora ese día porque el 21 de septiembre de 1888 fueron repatriados los restos de Sarmiento desde Asunción, Paraguay. Es decir, que la fecha elegida para el estudiante no está relacionada con un día de celebración sino de conmemoración. Esta situación se repite en otros países como Chile (es el 11 de mayo y la causa es el día que se reglamentó la posibilidad de formar centros de estudiantes en 1990), en Colombia (es el 8 de junio y se conmemora el día del estudiante caído o día del estudiante revolucionario que recuerda las luchas estudiantiles por la reforma universitaria en 1820), en México (es el 23 de mayo y también se relaciona con luchas estudiantes por reformas en el ámbito universitario en 1929) y, en muchos países, la similitud de los motivos está vinculada al accionar y la militancia de estudiantes.
En Gualeguaychú, desde sus inicios, para el día del estudiante se realiza un paseo que es sinónimo de encuentro, entusiasmo y de algarabía. Los primeros comenzaron en la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” (ENOVA) y se realizaban en la plaza de ejercicios físicos (la canchita) que fue inaugurada en 1929 y contaba con una cancha de fútbol, tenis y pelota al cesto. Por unas pocas horas, los estudiantes de magisterio (lo que hoy sería la secundaria) se reunían a celebrar “su día”. Los refrescos y las competencias amistosas de algunos deportes formaban parte de la jornada.
En una publicación del periódico “El Censor” de Gualeguaychú, de septiembre de 1931, el grupo que organizaba el paseo prometía el que la fiesta iba ser variada y entretenida. Los folletos que se distribuyeron en los días previos decía que “El almuerzo consistirá en: A) jamón ausente y saltan té; B) sándwiches de ilusiones entre esperanzas; C) milanesa con cuero cabelludo; d) asado, frutas, dulces, queso y bicarbonato”. Para tal evento se recomendaban varias prohibiciones: “Prohíbese el amor a la patria, prohibido hablar del proyecto de la reforma constitucional, las esperanzas del frigorífico, la promesa de ayuda del Gobierno y otras esperanzas… muertas (…)”. Entre las prohibiciones generales se destacaban las relacionadas sobre la seguridad personal: “Se prohíbe llevar armas blancas y negras. Exceptúase de esta prohibición las lenguas viperinas, las uñas y los dientes siempre que se haga uso discreto de estos instrumentos”.
En 1935, debido a la boda de plata de la institución, se realizaron innumerables actos festivos, en donde, toda la comunidad de Gualeguaychú celebró la formación y la educación impartida por la ENOVA. Para esa época comenzó la costumbre de realizar el paseo en campos de la zona. Se hacían asados y se llevaban bebidas no alcohólicas. El traslado era en camiones. A la vuelta se paseaban por el centro de la ciudad terminando el recorrido en la escuela. Paralelamente, a los paseos del día 21, comenzaron a tomar forma los viajes de fin de curso que en principio se hicieron por un día y en localidades cercanas como Concepción del Uruguay, Urdinarrain o Fray Bentos en la República Oriental del Uruguay. Mucho más adelante, van a comenzar a realizarse viajes a distintas partes del país como Córdoba, Salta y Misiones. Eran los tiempos de las pruebas trimestrales y exámenes finales con tres profesores y bolilleros. La metodología era sencilla; se sacaban dos bolillas, se elegía una para comenzar a desarrollar los contenidos y de la otra los docentes no dejaban dudas que había conocer todos los temas de punta a punta. Por aquellos años existían las “amonestaciones” como castigo.
La disciplina formaba parte de una educación sancionatoria que era muy típica del normalismo. Esto también se veía reflejado en el vestuario. Las mujeres no podían usar nada por encima del guardapolvo. Los días de invierno había que abrigarse por debajo del guardapolvo. Tampoco se podía ir de medias comunes, se exigían las llamadas muselina de algodón. Nada de cabello suelto; se usaba con cinta o con trenzas. Ni hablar de maquillajes o aros.
Para finales de la década del treinta, se comenzaron a organizar competencias y fiestas como parte de ese día. Así dieron inicios los juegos de rondas, elección de reinas y reyes. Una estudiante de los años cuarenta me contó una anécdota por demás simpática. “Con mis tres amigas y un compañero se nos ocurrió llegar al paseo en algo diferente; ya que todos acostumbraban a ir en camiones como ahora. Pero en ese entonces se iba más lejos. Habíamos ido a la Estancia San Martín, que queda en el viejo camino a Concepción del Uruguay, y se nos ocurrió ir en una volanta, que es una especie de carruaje a caballo un poco más grande que un sulky, con asientos en los costados y le pusimos un dicho ‘La crisis no nos espanta, como no tenemos nafta nos vinimos en volanta’. Nos vestimos como los primeros alumnos/as, con un vestido largo y sombrero que nos habían prestado. El problema fue conseguir caballo. Pero frente de la escuela, había un almacén muy grande e importante, donde estaba el supermercado “La Supervisión”; que era de Rossi Hnos. En esa época ese comercio acostumbraba a repartir el pan de casa en casa, alimentos de cocina y comida. Lo hacían en una jardinera, que eran carruajes tirados por un caballo. Uno de esos animales nos fue prestado a nosotros, que en realidad no era un caballo, sino una yegua. Cuando esa mañana salimos para el paseo manejaba la volanta mi compañero Voyco Gasparovic, pero resulta que no era muy práctico en eso; cuando tomamos el camino, en la mitad, a la yegua se le daba por comer pasto y tirábamos las riendas pero no pasaba nada, se quedaba y nos miraba. Era muy mansa. Después de mucho renegar pudimos llegar al lugar. Cuando llegamos tuvimos un éxito impresionante con la volanta y la vestimenta de la primera promoción que egreso en 1915. En el regreso quisimos entrar por calle 25 de Mayo, como se hacía siempre la llegada de los estudiantes; que para la gente era un espectáculo, todos nos iban a ver. Nosotros queríamos entrar con nuestro carruaje pero el caballo estaba acostumbrado a hacer el reparto y se nos iba para la casa de los clientes, y nosotros desesperados porque no podíamos llegar a la 25. Cansados, nerviosos y todo transpirados renunciamos a ingresar al centro. Nos venció la yegua”.
En los años siguientes, se crearon los centros de estudiantes y a finales de los años cincuenta dio inicio el desfile de carrozas. La cantidad de estudiante fue en aumento y por tal motivo comenzaron a visitarse otras estancias o chacras para realizar el paseo como “San Luis”, “lo Secchi” y “las Piedras”. La costumbre sigue intacta como aquel primer día. La organización en los días previos, la preocupación por el transporte (luego de varios accidentes, se prohibió el uso de camiones), la comida y asegurar el entretenimiento con juegos, bailes y buena música.
Marcos Henchoz
Historiador y autor del libro Historia de la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” (1910/2010)
Fotografía gentileza Mario Giordán